Marc Augé (Poitiers 1935) es profesor de antropología y etnología de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y director de investigación del CNRS en París. Sus numerosos obras (Travesía por los Jardines de Luxemburgo, El viajero subterráneo, Los no lugares, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Dios como objeto, La guerra de los sueños, El viaje imposible, Las formas del olvido, Ficciones fin de fin siglo y Diario de guerra) y la que es objeto de este trabajo, son fruto de sus largas estancias en África y América del Sur, así como de sus largos años de docencia y de la observación de sus propios conciudadanos.
En ‘El Tiempo en Ruinas’, compuesto de una serie de ensayos, Augé no pretende exponer unas memorias sino plantear una serie de interrogantes fruto de los conocimientos adquiridos y las reflexiones que le han inspirado.
En el primer ensayo, “Las ruinas y el arte”, la tesis fundamental de Augé se basa en la necesidad del análisis de las ruinas (“vestigios de un edificio antiguo, degradado o derrumbado”) como fuente del conocimiento y acercamiento a la verdad frente al papel de la historia y la restauración artística que maquilla y contamina, consciente o inconscientemente, ese acercamiento a la verdad: un tiempo en estado puro, un tiempo que no resume ni completa la historia.
Augé señala que es necesario buscar la conexión de lo arruinado con la actualidad desenmarañando la posible degradación existente, fruto a menudo de una concepción subjetiva e interesada que ha hecho perder parte de su originalidad primigenia debido, entre otros factores, a las religiones que se han ido adaptando a las circunstancias a través de los tiempos, por lo que concluye que “el arte se construye sobre las ruinas de la religión”.
En “Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis”, valiéndose de algunas de las apreciaciones de Freud, tras visitar la Acrópolis ateniense, sobre el recuerdo, el olvido, y el papel que realiza la memoria en los mismos, Augé nos habla del conflicto entre lo aprendido y memorizado en los años escolares, en relación con la Atenas Clásica, y el impacto visual que recibe Freud de las ruinas históricas: el recuerdo entra en colisión con lo memorizado produciéndose “una perturbación”. Perturbación que no bloquea o elimina al visitante culto sino que le permite visualizar el conjunto histórico como “invariablemente presente, permanentemente nuevo […] condenado a sobrevivir a las influencias que suscita”.
En “El tiempo y la historia” elabora una opinión contraria al fin de la historia de Fukuyama y al optimista diagnóstico de éste, afirmando que la ruinas que parecen pasto de la naturaleza, confirman la existencia de la humanidad y la necesidad de “disponer de tiempo para creer en la historia”.
En “Turismo y viaje, paisaje y escritura”, el autor analiza en profundidad el concepto “sobremodernidad”, lo que hoy en día entendemos por “postmodernidad”; en palabras del autor: “la nueva modernidad que prolonga, acelera y complica los efectos de la modernidad tal y como se concibió los S. XVIII y XIX”. Para Augé, cabe hacer una comparación entre ésta y el turismo, ya que, el último presenta algunos de los aspectos que definen a la sobremodernidad, como por ejemplo, la “facilidad de circulación planetaria”.
Tras hacer una introducción acerca de la sobremodernidad y su influencia en el turismo actual, Augé afirma que el turismo presenta una serie de ambivalencias que lo definen y desarrollan. Estas ambivalencias ó ambigüedades vienen definidas por las siguientes oposiciones:
– Turismo/Movimientos migratorios: “definen la ambivalencia de un mundo en el que no deja de aumentar la distancia entre los más ricos de los ricos y los más pobres de los pobres”)
– Idea Global/Local: donde se critica la idea de “uniformidad” inherente al concepto “globalización”, que pretende dar una idea ilusoria de “ubicuidad”, y se hace una referencia al término “no lugar” para definir un lugar en donde las personas se sienten cómodas: “la idea de un patrimonio cultural de la humanidad va tomando cuerpo, pese a que este patrimonio, al relativizar el tiempo y el espacio, se presente antes que nada como un objeto de consumo más o menos desprovisto de contexto […] el mundo en el que los criterios de confort o del lujo uniformizan lo cotidiano: de un sinfín a otro del planeta, los aeropuertos, los aviones y las cadenas hoteleras ubican bajo el signo de lo idéntico, o de lo comparable, la diversidad geográfica y cultural.”;
– Ida/Vuelta: puesto que desde que la gente hace turismo “los viajeros, se expresaban ya en antefuturo” y escribían acerca de la “necesidad del regreso en la partida”, hoy en día, “esta cuestión resulta aún más evidente con el turismo, actividad de ocio limitada en el tiempo”;
– Real/Copia: donde el autor vuelve a hacer referencia al concepto sobremodernidad y a cómo el mundo globalizado actual influye en el “espíritu del tiempo”, “un espíritu de consumo inmediato que se aviene muy bien con la conversión del mundo en espectáculo. (enlucido de los muebles, ciudades embellecidas con flores, restauración de ruinas, espectáculos de “luz y sonido”, iluminaciones, parques regionales […]”. Todo esto nace debido a la uniformidad imperante en el mundo globalizado, en el que, según Augé, corremos el riesgo de convertir la diversidad en algo superficial: “Este carácter superficial es consecuencia de la globalización de las imágenes y de la información”.
En “Viaje al Congo” realiza una interpretación sui generis sobre las motivaciones e impresiones que marcaron a André Gidé en su viaje por la África colonial francesa de los años 20, señalando la diferencia entre un turista al uso y el periplo africano del premio Nóbel que describe las duras condiciones de vida de los indígenas y critica la política colonial de la metrópoli, así como el ensimismamiento que produce al viajero la exhuberancia de la selva o la presencia de una iglesia abandonada.
En “Lo demasiado lleno y lo vacío”, Augé, nos presenta el siglo XX como un siglo de muerte (destrucción) y de vida (reconstrucción) repleto, por ello, de pesimismo y de esperanza; asimismo, el pesimismo inicial que produce, a su juicio, una “guerra civil planetaria”, ha desembocado en un mundo globalizado o “de lo demasiado lleno, de la redundancia, de la evidencia”, en el que las nuevas tecnologías, el consumismo y las leyes del mercado provocan cierta uniformidad, ejemplificada en los grandes espacios de tránsito, los aeropuertos, muy semejantes en los diferentes países. Pero, junto a este mundo de lo demasiado lleno convive un mundo de lo vacío cuando en esos mismos lugares, fruto de la modernización (aeropuertos, estadios, solares en construcción, grandes centros comerciales, edificios en ruinas, etc.), desaparece la actividad y por lo tanto la presencia humana, pero quedan a disposición de una reinterpretación creativa por parte de poetas o cineastas. Pero la lenta acción del tiempo o una catástrofe, debido al maltrato que el hombre actual infringe a la naturaleza, puede arruinar el mundo en que vivimos (“la ruina, en efecto, es el tiempo que escapa a la historia”).
En “Paisaje romano” se plantea espinosas preguntas de la arqueología tradicional como ciencia auxiliar de la antropología: ¿qué pasado hay que recuperar?; si toda prospección arqueológica implica destrucción ¿no estaremos sacrificando el presente al pasado?; ¿qué utilidad va a tener la ruina recuperada?. En cualquier caso, el autor concluye que el resultado final es siempre un paisaje (“la reunión de temporalidades diversas”) expuesto a la inteligencia y sensibilidad del observador.
En “El muro de Berlín”, después de describir una visita por Berlín , concluye que las ciudades, sobre todo aquellas que han tenido un significado importante en el acontecer histórico, están fuertemente marcadas por el mismo o más acertadamente tienen “una relación particular con la Historia” y, con uno de sus rasgos o motores distintivos, la violencia. Berlín, a juicio del autor, es claro ejemplo de lo anterior: su pasado más glorioso (s. XVIII), el Reischtag decimonónico, la Alemania nazi, “la pactada convivencia” entre democracia y comunismo, con su corolario del muro, y la unificación tras la caída del mismo, han marcado fuertemente a la ciudad y su aspecto, expresando finalmente un vago temor: “que las locuras del porvenir … estén a la altura de las que hoy tratamos de conjurar al conmemorarlas”.
Finalmente, en “París”, Augé rememora el París de su infancia, entrañable, íntimo y acogedor, así como el París “oficial”, la capital de las artes y del pensamiento; punto de partida para replantear, nuevamente, sus tesis, que ha modo de conclusión, a mi juicio son:
– La contemplación de las ruinas puede hacernos percibir un tiempo en estado puro, que no contempla ni resume la historia;
– La influencia de la historia en el devenir paisajístico de las ciudades
– La sobremodernidad, fruto de la sociedad globalizada, producirá escombros sobre los que reconstruir ruinas evocadoras de tiempos históricos
– La existencia de los “no lugares” como espacios de anonimato organizados para olvidar y perder la identidad
– La importancia de la identidad como encuentro con el otro
– La tensión existente entre la ruina, muchas veces provocada por la violencia, y la reconstrucción
– La homogeneización constructiva como causa del consumismo.
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